febrero 1, 2025

EL INCIERTO ORIGEN DE LAS BARRAS

¿Cuál es el origen de las barras rojas y amarillas?. Es la pregunta que se han planteado muchos historiadores y, en la actualidad, todavía persiste la incógnita de su génesis ¿eran aragonesas o provenían del estado de la Iglesia?. Lo más prudente es suponer que fue la Iglesia la que otorgara a un estado feudatario suyo el privilegio de usar alguna de sus armas heráldicas; el reino de Aragón no era una potencia en el año 1204, como prueba la gran derrota militar que sufrió en la batalla de Muret (1213), en la que el propio Pedro II pereció. El ejército contrario iba mandado por Simón de Montfort, un noble francés que, curiosamente, defendía la ortodoxia de Roma. El rey de Aragón, teóricamente «abanderado» de la Iglesia, combatió a favor del conde Raimundo Vll de Tolosa y los herejes albigenses. Quizá algún lector se pregunte qué sucedió en 1204, y la respuesta nos la da el «Dietari» perteneciente al «Capellá» de Alfonso el Magnánimo; en él podemos leer que Pedro II de Aragón en tal año fue coronado en Roma:

« .. fos coronat e consagrat per papa Ignocent terç, en la ciutat de Roma, en l’any MCCIlll, e lo dit papa lo feu ganfanoner, per a ell e tots los reys de Arago qui apres vindran» (I)

Quizá sea éste uno de los cronistas más cercanos al acontecimiento, y parece dar a entender claramente que el rey de Aragón sería el abanderado de la Iglesia, no mencionando para nada la supuesta donación al papado de la heráldica de Aragón. Algunos cronistas posteriores interpretaron inversamente los hechos: era Pedro II el que otorgaba a la Iglesia las armas heráldicas suyas. Sin embargo, la primera versión perduró, como muestra la «Historia Pontifical y Católica», publicada en Barcelona en el año 1606:

«..le concedió que pidiese (sic) poner entre sus armas, la bandera de la Iglesia, de dos colores, amarilla y colorada»(2)

Sorprende que un acontecimiento tan singular, como era el nacimiento de la bandera de la Iglesia, fuera silenciado por eruditos en su historia. El «Dizionari di erudizione storico ecclesiastica» (Venecia, 1845), omite la donación heráldica, aunque sí anota que el gonfalone o estandarte de la Santa Iglesia era de los colores rojo y amarillo hasta principios del siglo XIX, y que «el gonfalonero o vessillifero vestía librea de dichos colores». Del rey Pedro II se ocupa para notificar el envío a Roma (año 1212) de unos trofeos ganados en la batalla de las Navas. Las dudas planteadas por la donación papal o real de 1204 nos aconseja retroceder en el tiempo, pues ¿no seria anterior a Pedro II el uso de la heráldica de la Iglesia por parte de los monarcas de Aragón?. Las relaciones entre este estado y la Iglesia habían sido muy intensas desde el siglo XI; el escritor Hipólito Samper, en su «Montesa Ilustrada», comentaba estos lazos:

«Supongo por cierto... que los Reyes de Aragón, nuestros Señores, tienen facultad de la Sede Apostólica, concedido por Alejandro II, Gregorio VII y Urbano II para dar el Patronazgo de todas las Iglesias de los lugares»(3)

Samper menciona a unos papas que fueron precisamente los que más lucharon en los comienzos del milenio por consolidar y fortalecer la Iglesia Romana sobre cualquier otro poder espiritual o material. La teoría de que alguno de ellos, quizá Gregorio VII, hubiera permitido el uso de los colores de la Iglesia al rey de Aragón, para que sacralizara la lucha por recuperar tierras a los infieles, sería la más coherente.

Así ocurrió de hecho con el título de gonfalonero o abanderado. Según dice el acuerdo de 1204, tal dignidad fue otorgada «per a ell (Pedro II) e tots los reys d’ Aragó qui apres vindran». No obstante, en el año 1297 el papa Bonifacio VIII nombró a Jaime II «almirante y gonfaloniero de la Santa Iglesia romana», en bula que empezaba Redemptor Mundi (Zurita lo menciona en sus Anales); Eugenio IV, en l442, dispensó igual honra a D. Alfonso V de Aragón, si bien más tarde fue depuesto por invadir los estados de la Iglesia. También Alejandro VI (nuestro papa valenciano) nombró gonfalonero a D. Alfonso II de Nápoles en 1494; y, al año siguiente, a su hijo César Borja.

No era, en absoluto, infrecuente en términos históricos que, tanto papas como reyes, olvidaran rápidamente los acuerdos tomados tan solemnemente por sus antecesores en el poder; es decir, un título que ya tenían se les vuelve a otorgar.

 

 

(1) Dietari del Capella d’Anfos el Magnanim. Valencia 1932.pp.21 y 74.

(2) Illescas, Gonzalo de : Historia Pontifical y Catholica, Barcelona, 1606, Tº.I, p.276.

(3) Samper, Rey Hippolyto; Montesa Ilustrada, Valencia 1669, p.816

 


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