abril 24, 2024

Armas heráldicas de Cataluña – pag. 68

Obsérvese la referencia a la «constante tradición»; método acientífico y desbancado por los historiadores rigurosos. En fin, una cosa es el traslado de cadáveres a tumbas más adecuadas, actividad respetable e inofensiva; y otra bien distinta es que las barras grabadas y pintadas en ellas por «restauradores» (no me refiero a los actuales), se tomen como auténticas.

Respecto a la temeraria actitud de Riquer en «Leones y Castillos», no es un hecho aislado; sino que responde a su postura participativa en la guerra heráldica. En su «Historia de la literatura catalana», analiza el texto de Joan Monzó (fines del s. XIV) calificándolo como:

«La primera interpretación alegórica que se conoce de los cuatro palos, divisa del casal de Barcelona»(47)

Sin embargo, el texto original decía: «Esta gloriosa cruz y lecho de Jesucristo fue de Cuatro barras (…) y por esta significancia pienso que vuestros predecesores de la casa de Aragón hayan tomado cuatro barras rojas para sus armas y divisa»

Obviamente,el Académico desprecia el manuscrito original y atormenta al lector con atribuciones catalanas de las barras. Ya puesto a fagocitar toda la heráldica apetecible, no duda en calificar al escudo de barras coronadas y dragón alado como «Armas del Casal de Barcelona».

Frailes vexilólogos y monedas fraudulentas

Los catalanes han conseguido crear ambiente de pasado grandioso con sus restauraciones de todo tipo: interiores de edificios, esculturas, fachadas, pinturas, códices, etc.; no obstante, transgredieron en más de una ocasión el rigor histórico. La idea de nación poderosa, anhelada pero inexistente en el pretérito, no podía carecer de heráldica prestigiosa, condición que no cumplía la cuartelada de cruces y barras; pues la cruz fue usada por media Europa, y las barras indicaban la subordinación al «reino-cabeza» Aragón. No quedaba, pues, otra opción que demostrar la catalanidad del mismo.

Mientras eruditos y apologistas mantenían la lucha por el símbolo, en las restauraciones se incluía como si realmente les perteneciera desde siglos. En Barcelona, por ejemplo, quien recorra el itinerario que comienza en la Generalidad y termina en la Catedral, se encontrará con los siguientes casos: la misma fachada de la Generalidad muestra sobre la clave del arco de entrada un postizo escudo de cuatro barras, incrustado en obra más antigua. Los motivos son conocidos, esta institución se apropió recientemente de las barras y abandonó la tradicional cruz que la representaba; el sillar en que están labradas denuncia su anacronismo por el contraste cromático respecto a las contiguas dovelas del arco.

Atravesando la plaza se llega al Ayuntamiento de Barcelona, donde se puede admirar el magnífico Salón del Ciento y lo más destacado de él: un retablo gótico con gran escudo de barras y dragón alado. Pero tampoco es auténtica esta obra, sino producto de la innegable habilidad de un escultor en el año 1926. Dejando esta muestra de heráldica neogótica y recorriendo tres calles llegaremos a la Catedral, que muestra una bella fachada de falso gótico -obra de principios de nuestro siglo, diseñada por Josep Oriol y August Font-. Una vez en su interior nos impresionarán unos sepulcros adosados en el muro junto a la sacristía y decorados con barras, corona, casco e incluso, Rat Penal. Se trata de la barroca tumba del conde Ramón Berenguer I (1024-1076) y su esposa Almodis; el valor documental de estas pinturas heráldicas es nulo, por ser una «restauración» efectuado a fines del siglo XVIII, concretamente en el año 1796; época en que el murciélago valenciano fue usado por catalanes y mallorquines.

Mayor interés ofrece la visita al Museo Municipal de Historia, situado a pocos metros de la Catedral. En el primer piso se conserva un fragmento de la señera catalana, con la imagen de Santa Eulalia y, en estancia contigua, un lienzo que requeriría analizarlo como a la Sábana Santa para esclarecer el extraño aspecto que ofrece su textura. El tema representado es similar al grabado en la portada de los Anales de Aragón (Zaragoza, año 1630) y contiene las armas de los estados de la Corona. El óleo, ejecutado con la indudable finalidad de afirmar la catalanidad de las barras, fue consi-


(47) Riquer, Marti: Historia de la Literatura Catalana. T. 4º, p. 244.


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