dorado poco propagandístico y se «restauró» en su escudo superior izquierdo. Donde estaba una cruz junto a la cartela que indicaba «Cataluña», alguien pintó las cuatro barras, pero no fue suficiente la capa de pigmento para ocultar totalmente la cruz originaria, todavía perceptible. En fin, las imitaciones y «restauraciones», que no se limitan al ámbito heráldico, ofrecen aspectos insólitos; como la nave «Santa María» que, anclada en el puerto barcelonés, evoca un inexistente pasado de glorias colombinas catalanas. Su origen es bien distinto, construida en Valencia el año 1951, fue donada por el franquista Ministerio de Marina a Barcelona en 1957, según datos de la Generalidad, recogidos en «Los Museos de Cataluña» (ed. «La Vanguardia», año 1989, p.62); aunque, al parecer, ha sido sustituida por otra en la actualidad.
Por otro lado, hacia mitad del siglo XIV, un monje franciscano del cual no ha perdurado su nombre pero sí su obra, tuvo el deseo de visitar los estados occidentales de Europa e ir anotando las diferentes armas heráldicas y banderas que les eran propias. Su testimonio es Valioso por ser anterior a los tres documentos que fundamentan la propiedad catalana de las barras. El códice, «Libro del conoscimiento de todos los reynos e tierras e señoríos que son por el mundo e de las señales e armas», es reconocido como uno de los primeros tratados vexilológicos. Respecto a las barras no existe ambigüedad, según el monje:
«Aragón tiene por señales las barras rojas y amarillas»
También describe correctamente las sicilianas, con águilas y barras. Sobre Cataluña, confirma el uso del «pendón blnco con una cruz bermeja» (48). Aquí no podemos alegar que hubo manipulación, el religioso recorrió las tierras y anotó lo que consideró oportuno. No fue el único, sino que coincidió con los historiadores que no se limitaron a seguir leyendas. Muratori refuerza
la opinión del monje vexilólogo, al destacar que las armas o señal de San Jorge eran usadas por el Condado y Corte de Barcelona:
«ut sciliter Sancti Georgii Signis, Armis que Rarcinonensis Comitalus erant»(49)
Es evidente que la bandera catalana en la Edad Media era la cuartelada. Cuando en 1457, una potente armada de la República de Génova atacó el litoral catalán, incluyendo Barcelona, se organizó a los pocos días una flota para perseguir y «escarmentar el orgullo» genovés, siendo bendecidas en la catedral de Barcelona las banderas que enarbolarían las galeras catalanas y que llevaban, no las cuatro barras, sino «los senyals de la Ciutal» (50). La misma bandera del Condado y Ciudad de Barcelona presidió las ceremonias y a las compañías catalanas en la revolución de la «remenza». La enseña, con cruces y barras, desmiente al documento de la reina María en 1396:
«25 de setembre de 1484… lo Virrey de Catalunya, qui era lo Infant D. Enrich demaná als honorables Cancellers, donasen orde per traure la Bandera de la Ciutat, Mostrant que ell en persona aniria acompanyantla, junt lo Sometent.» (51)
El historiador catalán Mateo Bruguera testifica que las cruces y barras «tenían la extensión de toda la bandera, como así consta y puede verse en el Dietario, en cuyo margen está pintada dicha Bandera» (52). Unas décadas antes sí encontramos alguna enseña de cuatro barras; pero representaba al rey de Aragón, según los cronistas que describieron la salida del puerto de Barcelona de Alfonso el Magnánimo con destino a Italia.
La longevidad de la cruz como heráldica catalana es un hecho. Hasta el investigador Lluis Doménech, que defendía la catalanidad de las barras, no deja de reconocerlo en su estudio «La creu, senyal nacional de Catalunya» (53). Asimismo, es significativo que cuando las Cortes de Monzón acordaron en 1547 la construcción de un nuevo Palacio de las Virreyes en Cataluña, fue la cruz el elemento heráldico que decoró dinteles y esquinas del edificio; en la actualidad alberga al Archivo de la Corona de Aragón. El manuscrito de Francisco Valonga, con grafía del siglo XVII, recordaba que: «El Principado de Cataluña generalmente en el escudo quadrado de plata la cruz lisa de San Jorge» (54). Es decir, aunque propagada la leyenda de Vifredo y creyendo que las barras eran barcelonesas, el escritor dejó testimonio de lo observado.
(48) «Libro del conoscimiento de todos los reynos e tierras». En el estudio «La bandera catalana» («El Correo Dominical» de Barcelona. 24 de abril 1983) Sebastiá Herreros y A. Galán destacan la imponancia del manuscrito gótico.
(49) Muratorius, Ludovicus: Rerum Italicarum Scriptores. Milán, 1726. T.3, p. 401.
(50) Bruguera, Mateo: Historia de la invicta y memorable Bandera de Santa Eulalia. Barcelona, 1861. p. 65.
(51) lbídem, p. 91.
(52) Id., p. 94.
(53) Domenech, Lluis: Ensenyes nacionals de Catalunya. Barcelona, 1936. p. 32.
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