Es decir, como se aprecia en la señera del portulano de Cresques, encargo real, y no en la falsa reliquia llamada pendón de la Conquista.
Relacionada con el tema es la heráldica austriaca formada, casualmente, por dos franjas rojas (44) que se remontarían a la mítica batalla medieval de Ptolemais (año 1191). En aquel lugar, el duque Leopoldo V, teñida de sangre su túnica, salvo la franja central protegida por ancho cinturón, fue autorizado por Enrique VI a utilizarla como bandera al haber perdido la suya en combate. Estas poéticas historias, sin documentación fehaciente, nos conducen invariablemente a los siglos XI y XII, cuando la Iglesia donaba su «vexillum» a los nobles feudatarios. Precisamente, el emperador Luis VI, en el año 1118, empuñaba estandarte con tres franjas que, si bien la imagen del sello no permite conocer el cromatismo, si lo sugiere su significativa denominación de oriflama.
Los documentos apuntan hacia fechas más antiguas, siglos IV al VI, en que las túnicas paganas con dos franjas y el «conopeun», sinónimos ambos de palio, entremezclaron función y simbolismo. Ya vimos cómo el erudito Muratori transcribía textos referentes a «los dos Báculos de sangre» refiriéndose a las barras de Aragón y, también, unas enrevesadas epístolas bizantinas entre Agnelo y Rúbeo dando a entender que el palio «servía de defensa para obligar al Orbe a través de una cosa oculta a toda la Humanidad»; pero, a continuación, criticaban a Rubeo por afirmar que el Palio entregado por el Pontífice a los Metropolitanos no era «sino un vestido imperial».
¿CUANTAS BARRAS DESEA, SEÑOR REY?
Ya sabemos que en gualdrapas, banderolas y gallardetes del ejército aragonés aparecían de tres a doce o más barras. También los caballeros de Castilla en el siglo XIV las llevaban en su heráldica, como muestra el «Armorial de la Cofradía de Santiago de Burgos»(45) uno de los más antiguos libros de armas. Es curioso observar en este armorial a jinetes castellanos—que posiblemente lucharon contra los valencianos en la guerra de los dos Pedros—, enarbolando en lo alto de sus lanzas pendones barrados. Pero, a pesar de ello, las barras eran un símbolo inequívoco del poder aragonés.
En la calle Montcada de Barcelona se encuentra el Palacio de Aguilar, famoso por las pinturas que decoran sus muros y que, algunos historiadores, datan de fines del siglo XIII. Representan, quizá, escenas de la conquista de Mallorca por fuerzas de Jaime I. En una de las torres aparece un estandarte de siete barras, aunque el interés de la pintura está centrado en la tienda real, con las lonas barradas del pabellón abiertas y seis caballeros con indumentaria militar que, simétricamente situados, custodian al rey Jaime. La figura del Conquistador sobresale en altura sobre sus guerreros —detalle acorde con la gran estatura que, según las crónicas, tenia el monarca—, ciñendo su cabeza la corona real. La heráldica barrada domina lodo el ambiente: tejido de las tiendas, ropa de guerreros, escudo con tres barras de la tienda contigua a la real, etc.
En la tienda del monarca hay algo más: la bandera real o señera; la enseña está situada en lo más elevado del pabellón, coincidente con el mismo eje de simetría en que se encuentra el Conquistador; y tampoco se parece al presunto pendón de la Conquista, sino que aparece otra vez la señera real del portulano de Cresques, la de las cintas de los pergaminos, la grabada en las monedas valencianas, en fin: la de dos barras rojas sobre tres de oro.
El sillón contiene barras, aunque en mayor número y posiblemente como recurso decorativo; recordemos que el trono de Pedro el Grande (miniatura del Libro de Privilegios de Palermo), pintado en la misma época que los murales del palacio de Aguilar, mostraba cinco barras, pero negras sobre fondo verde.
Ya ha quedado demostrado que las cuatro barras no equivalían para los valencianos del siglo XIII a la señal real. Aún en los primeros años del XV encontramos pruebas del desconcierto existente, al ir adoptándose las cuatro barras (en la «Ciutat e Regne», coronadas).
(44) Inglefield, Eric: Las banderas. Barcelona, 1979, p.41.
(45) Armorial de la cofradía de Santiago de Burgos: armas de Johan do Cambranas y Miguel Alfons, folios 21 y 27.
-121-