Durante la estancia de Femando I en Zaragoza, mientras se preparaban las Cortes que siguieron a su Coronación (año 1414), se produce un intercambio de cartas entre el monarca y el Bayle de la Ciudad y Reino. El cargo de Bayle tenía importantes responsabilidades, y algunas verdaderamente curiosas, como proporcionar al rey el «fermall», una joya muy valiosa que los Jurados de Valencia no estaban predispuestos a que saliera de la capital; al final lo toleraron, pero encareciendo al rey su pronta devolución. Entre la copiosa correspondencia mantenida entre Femando I de Antequera y su funcionario, hay una encargando al Bayle tejidos rojos y amarillos que «sien d’armes reyals»; a la cual contesta muy prudentemente Juan Mercader pidiéndole aclaraciones; qué cantidad, medida y número de barras para la señal real. Es decir, el Bayle tenía dudas sobre qué era más conveniente, si mantener la antigua señera de dos barras o la nueva de cuatro:
«¿Cuántas barras serán las rojas y cuántas las amarillas, y qué ancho cada una de las barras? »(46)
Los tejidos de grandes dimensiones fueron, posteriormente, de cuatro barras y se utilizaban como ornamentación de fondo en actos festivos o solemnes a los que asistían personajes importantes; monarcas, validos, virreyes, etc. En toda la Corona de Aragón (y desde la unión de Isabel y Fernando, en toda España) encontramos documentos que confirman el empleo de esta simbología, aunque no coincidiera con la propia del territorio ¿Qué quiere decir esto? Pues que en Palermo, por ejemplo, al celebrarse un acontecimiento importante – religioso, civil o lúdico la ornamentación podía consistir en este tipo de cortinajes que simbolizan sumisión y respeto al rey de Aragón, aunque el reino de Sicilia, al que pertenecía Palermo, tuviera armas heráldicas diferentes.
Hasta hace pocos años, quien visitaba el Real Monasterio de las Huelgas de Burgos, podía contemplar los muros del coro de la capilla mayor con una decoración consistente en grandes tejidos con las cuatro barras, a pesar de no ser simbología de este reino; su antigüedad coincide con los siglos en que esta heráldica se extendió a todos los territorios hispánicos. Las grandes superficies de tejido se repiten pieza a pieza hasta cubrir el espacio deseado.
Si el Bayle de la Ciudad y Reino hubiera sabido cuál era el diserto exacto de la señal real no habría consultado con el rey Femando. Actitud dubitativa que tampoco sería comprensible de haber existido el pendón de la Conquista como modelo.
UN NAVEGANTE CON SEÑERA: AÑO 1346
El gran Mapamundi mallorquín de los cartógrafos judíos Abraham y Jafuda Cresques (arto 1375), ofrece en el espacio inferior izquierdo, junto a la costa africana, un barco con velas desplegadas y pabellón aragonés. Cresques quiso dejar constancia de la expedición de Jaime Ferrer al Río de Oro en el año 1346; la leyenda, escrita a la izquierda del bajel, contiene el nombre del navegante y la fecha de la hazaña. Con esta prueba se destruía la errada creencia de los marineros del Dieppe, al asegurar haber sido ellos los primeros en pasar el trópico en 1365.
Pedro el Ceremonioso quiso que se reflejara este viaje -muy atrevido para aquella época- en el mapa destinado a obsequiar al rey de Francia, al ser un triunfo de un súbdito suyo y de la marina aragonesa. Lo más interesante, en el aspecto vexilológico, es la señera que identifica la nave en el histórico viaje; ésta aparece en lo más alto del mástil de proa, dominando todo el bajel con sus dos barras rojas sobre tres de oro. Aquí no se puede argumentar que Abraham Cresques no tuviera espacio para incluir las otras barras, pues una gran superficie oceánica rodea la enseña real.
El detalle de Jaume Ferrer navegando tuvo éxito; seguidores de los Cresques imitaron la imagen del barco al realizar sus portulanos, incluso con la bandera de dos barras en un tiempo -siglo XV- en que ya se habían adoptado las cuatro.
(46) Archivo Corona de Aragón: Reg. 2. 404; f. 55v.
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