Relacionada con la navegación tenemos una de las mejores joyas salidas de los talleres artesanos medievales, el Libro del Consulado del Mar, códice con más de cien hojas de pergamino en buen estado de conservación. Contiene las costumbres del mar entre patrones, marineros y mercaderes, que fueron convertidas en leyes bajo el reinado de Pedro I, en el año 1283. De este códice se ha reproducido habitualmente el folio quince, que muestra al rey de Aragón sentado en un solio de barras rojas y amarillas, con dosel y alfombra de igual simbología. El número de barras es de trece en el dosel, seis en el respaldo y diez en la alfombra; es obvio que la señal real fue multiplicada por Domingo Crespí con finalidad decorativa, sin importarle la alteración. No era inusual, pues en mantos de los soberanos castellanos o franceses también se reproducía el castillo o la flor de lis como relleno de espacio.
¿Dónde estaba en el Libro del Consulado, la primitiva señera de dos barras? Pues, como era lógico, en el lugar mas visible e importante. Utilizaremos una descripción redactada en el siglo pasado —por tanto, imparcial— sobre esta obra:
«Viene, a ser el Códice un libro en folio, escrito en 117 hojas, encuadernadas en tabla forrada de badada de los colores amarillo y rojo, con tres bandas del primero, que se conservan, y dos intermedias del segundo, que han desaparecido: cantoneras y clavos gruesos de bronce, y en el centro el escudo de armas de Valencia, en losanje»(47)
Aquí no hay ambigüedad: cinco barras, tres amarillas y dos rojas. Sin embargo, aunque la cita anterior no lo especifique, hay algo más; el escudo de la «Ciutat e Rcgne» lleva incorporada la corona sobre dos barras rojas. La datación del códice, hacia 1407, era posterior en unos treinta años a la donación de la corona. Un detalle importante: el fondo de la corona es azul, apreciándose perfectamente en la tapa del códice.
Evidentemente, el pendón de la Conquista no era modelo de señal real para ningún artista valenciano; actitud incomprensible si realmente hubiera estado depositado en la Iglesia de Sant Vicent de la Roqueta. Se reproducía la corona, pero se rechazaban las cuatro barras.
CASCO Y ESPADA DEL REY DON JAIME
Estamos llegando a la parte más espinosa del asunto, como es poner en duda la autenticidad de unos objetos que han sido considerados pertenecientes al Conquistador durante siglos y, en la actualidad, promocionados por partidarios de la unión territorial con Cataluña; no obstante, en el pasado hubo estudiosos que se dieron cuenta del engaño, aunque no le concedieron importancia por la poca influencia que estas reliquias ejercían en la sociedad valenciana; por esta causa permanecieron en silencio. Ahora es distinto, ya que intentan utilizarlas como arma política.
De estas falsas reliquias, la que indudablemente ha tenido más éxito es el Casco de Dragón o del Conquistador. Ya desde finales del siglo XIX se denunció por varios eruditos el engaño de atribución; no siendo negada la falsedad del casco por ningún investigador posterior. Sólo la obra del Barón de las Cuatro Torres (48), era suficiente para zanjar la polémica —que no la hubo— sin dejar resquicio a la duda.
La popularización de este objeto se produjo a raíz de la colocación de la escultura ecuestre del rey Don Jaime en los jardines del Parterre de Valencia; desde ese día, siempre que alguna imagen del Conquistador tiene que diseñarse para ilustrar libros, revistas o carteles, se recurre a esta obra que, por desgracia, incluía el casco del dragón. El monumento a Don Jaime fue inaugurado el 12 de enero de 1891 (49), tres años antes de la publicación de la obra del Barón de las Cuatro Torres; por tanto, el escultor catalán Agapito Vallmitgana desconocía el fraude. Los documentos que nos han transmitido imágenes del Conquistador —me refiero a fuentes de los siglos XIII y XIV— muestran una realidad menos estética que la ideada por Vallmitgana; el rey Jaime porta un simple casco semiesférico (pinturas del Castillo de Alcañiz), como era habitual en monarcas que participaban activamente en combates. Era una protección útil en la batalla y los adornos no harían más que entorpecer la movilidad y llamar peligrosamente la atención del enemigo. Nunca aparece mencionado ni representado el dragón en esa época; las cimeras heráldicas son de mediados del siglo XIV, y generalmente fueron usadas en actos lúdicos, caballerescos o ceremonias aúlicas.
(47) Revista «El Archivo». Dirigida por R. Chabas. Valencia. 1893. T. 7º, p. 194.
(48) Cuatro Torres, Barón de las: El Casco del Rey Don Jaime el Conquistador. Madrid. 1894.
(49) Chabás, Roque: La estatua del Rey Don Jaime. Revista «El Archivo», tomo V. Valencia, 1891, p.46.
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