enero 13, 2025

El pendón de la conquista – pag. 147

Su obra maestra es el Retablo de San Jorge (Museo Municipal de Jérica), que contiene en su tabla superior una batalla entre las tropas del Conquistador y los moros. En el lugar más destacado, junto al monarca cristiano, aparece la señera de Jaime I con la inconfundible silueta terminada en dos puntas y las dos barras, no cuatro; las pruebas son abrumadoras. Para los valencianos de la Edad Media —cercanos en el tiempo a Jaime I- la señera del rey equivalía a dos barras. En el Musco Nacional de Cerámica de Valencia se conservan unos azulejos cuadrados, datados a fines del XIV, conteniendo el antiguo escudo real con las dos barras coronadas. ( 132)

En fin, no es ningún drama aclarar nuestra historia, aunque se denuncien leyendas que actualmente se ha intentado convertir en dogmas de fe.

EL ROMÁNTICO SIGLO XIX

El siglo XIX, con el romanticismo histórico y la búsqueda de un pasado rico en tradiciones y leyendas, dio fácil cabida a todo tipo de aditamentos aderezadores del pretérito de los pueblos. El arte, en todas sus facetas, se impregna de pátina medieval; los pintores reflejan -en contraste con la incipiente sociedad industrial- unos temas cercanos al ideal caballeresco del gótico. Protagonistas de olvidados dramas y extraños nombres ocupan los lienzos; así, en el año 1820, el alemán Overbeck pinta a Olindo y Sofronia en la hoguera, con un símil de San Jorge que acude a socorrerles; el poeta y pintor inglés William Morris, en el año 1857, se complace diseñando cascos de guerreros medievales.(133)

Una escenografía de espadas, castillos, héroes, banderas y penumbras inunda un amplio sector de la literatura histórica. Como prototipos encontraríamos a los catalanes Narciso Blanch y Víctor Balaguer. Entre los literatos valencianos podríamos incluir a D. Teodoro Llórente -aunque su calidad sea muy superior a los citados y, desde luego, no usa los lirismos tragicómicos de los catalanes-. No obstante, Llórente también peca de algún fallo; no tuvo un sentido crítico que, sin duda, habría elevado su vertiente historicista; aunque le dejaría desprovisto de su encanto posromántico. En sus comentarios sobre el pendón utiliza como fuente a los consabidos Beuter y Escolano; es decir, nada nuevo y nada anterior a 1538:

«esta bandera improvisada y tosca, convertida hoy en deslucido trapo (…)fue depositada por él en la iglesia de San Vicente Mártir»(134)

Al redactar Llorente estas notas no le guiaba un excesivo interés de clarificación histórica; prueba de ello es el pequeño lío que se organizó con la noticia de Escolano, referente a que el pendón ya no se hallaba en la bóveda de San Vicente en el año 1611. En nota a pie de página, Llorente trata de explicar lo sucedido:

«En el sínodo que celebró en 1766 (sic) el arzobispo D. Martín de Ayala, se dispuso que se quitasen de las iglesias los estandartes, banderas, yelmos, escudos y trofeos militares (…) pero antes de terminar el siglo XVII fue colocada de nuevo»(135)

No debió recordar Llorente el texto de Ortí, en el cual daba a entender que en 1638 estaba otra vez en la bóveda de San Vicente; es decir, antes de la mitad del siglo XVII. De todas formas, son detalles carentes de importancia, ya que nos encontramos con el mismo panorama: sin otra fuente anterior a Beuter.

En realidad, Llorente sí dedicó algún párrafo de censura hacia sus contemporáneos que admitían como auténtica otra reliquia falsa; la ya citada espada del Conquistador. Curiosamente, la devoción hacia ella partió -igual que la del pendón- de un emotivo «Sermó de la Conquista», predicado por el Dr. Gaspar Blay Arbuxech en el año 1666. El paralelismo es casi perfecto, una reliquia dudosa adquiere prestigio por medio de una plática delante de las autoridades del Reino en el día más señalado para los valencianos, el 9 de Octubre. Veamos cómo razonaba el escritor la ascendente popularidad de la espada, pues hace comprensible lo sucedido al pendón:


(132) Domínguez González, Enrique: El siglo XV valenciano. Valencia 1973, p.62.
(133) Carlo Argan, Giulio: El pasado en el presente. Barcelona 1977, p.73.
(134) Llórente, T.: op. cit. p.502
(135) Ibídem.


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