«Hoy, la crítica exigente y escrutadora ha desvanecido el prestigio de aquel venerado acero (…) no consta la cesión a Valencia de la espada del Conquistador, dádiva harto honrosa para pasar inadvertida, ni su colocación en el artesonado en donde fue encontrada; ni figuró tan preciosa insignia en las fiestas de los primeros centenarios, ni se dice nada de ella hasta el citado año 1666. Después de esta fecha queda de nuevo olvidada (…) en las de 1838 fue solemnemente exhibida (…) y desde entonces es objeto de oficial veneración, a pesar de las objeciones de la crítica»(136)
La desesperación de Llorente estaba motivada al comprobar que el pueblo era fácilmente confundido en estos asuntos, siendo la rectificación tarea casi imposible. El pudo presenciar en su época cómo se mezclaban reliquias dudosas y símbolos auténticos.
En los festejos acaecidos en mayo de 1867, con motivo del segundo centenario de la «Patrona de Valencia y su reino»(137), la Virgen de los Desamparados, formando parte de la «Gran Cabalgata»
recorrió las calles:
«Un carruaje de gala conduciendo la espada del Rey D. Jaime, la bandera de la Conquista, el antiguo pendón de Valencia y las llaves de la ciudad»(138)
La degradación era evidente: de las cuatro reliquias exhibidas sólo era auténtica la Señera que, curiosamente, era designada como «antiguo pendón de la ciudad». Cualquier legajo medieval que hubieran consultado les mostraría que sus antepasados también la denominaban Señera Real o del Rat Penat. Incluso el mismo cronista, D. Vicente Boix, así la denomina cuando narra el alzamiento morisco de la Sierra de Espadán. Respecto a las llaves, que completaban la triste muestra, eran todavía más indocumentadas que el pendón y la espada. Por cierto, en sus críticas a la reliquia, Llorente ignora deliberadamente las otras «llaves árabes de Valencia», entregadas a la ciudad por la reina María Cristina en 1844:
«Algo pasa también con una llave arábiga, que en actos solemnes hemos visto expuesta al público y paseada por las calles sobre cojín de terciopelo,como llave de la ciudad de Valencia. Adquirióla, no sé dónde ni cómo, el erudito D. Gregorio Mayans, y la tiene hoy su sucesor». Después de mencionar la leyenda escrita en caracteres árabes cúficos, concluye con esta duda: «¿Es esto bastante para atribuirla a Valencia, no habiendo documento alguno, ni dato histórico que lo confirme? Hoy no admite la crítica hipótesis desprovistas de pruebas positivas. Dejémonos, pues, de conjeturas»(139)
El paralelismo entre la historia de la espada y la del pendón, es significativo de cómo se generaban conceptos erróneos en los siglos XVI y XVII. Ambas reliquias son popularizadas, e incrementado su valor, por la arbitraria asociación a la figura de Jaime I. Cuando Gaspar Blay Arbuxech diseñó su «Sermó de la Conquista», estaba actuando igual que lo hiciera Beuter en 1538. El predicador bordó un discurso semejante, en algunos párrafos, a los de Fray Gerundio de Campazas. A lo largo de su exposición surgen personajes de la antigüedad, como el profeta Jeremías, el rey Saúl, «Apolloni», Olofemes, etc., que Blay enlaza absurdamente con la Tizona del rey Conquistador. La historia de ésta adolece de ausencia total de documentación, siendo sustituidos los argumentos racionales por otros en que la iluminación es componente prioritario. Veamos una muestra:
«Pareixme que desde el pulpit veig a Sant Pere Nolasco, que estava dient estes paraules al nostre Rey, animando a la Sancta conquista, y dient: Senyor invicte, ya es hora de cenyr eixa conquistadora espasa»(140)
Lo cierto es que, a partir de este Sermón, el Consell adoptó que todos los años se llevara la mencionada espada en la procesión conmemorativa de la Conquista, el 9 de octubre; aunque jamás se había hecho hasta el año 1666:
(136) Ibídem. p.504
(137) Boix, Vicente: Memoria histórica de las fiestas (…) nuestra Señora de los Inocentes Mártires y Desamparados. V alencia 1867, p.8.
(138) Ibídem. p.47.
(139) Llorente, T.: op.cit. p.504
(140) Blay Arbuxech, Gaspar: Sermó de la Conquista. Valencia 1666, p.30
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