octubre 28, 2024

TRATADO DE LA REAL SEÑERA – pag 25

modos a la asta (..) Ilamólas Cedreno flamulas : y dize que fueron unas de paño, y otras de unos velos recamados de oro y purpura»(25)

Con la pérdida de la técnica para lograr el pigmento púrpura, era lógico que se sustituyera por otro similar. En la Edad Media se consideró equivalente al rojo o grana, según testimonia un heraldista en el siglo XV:

«El púrpura representa el fuego (…) púrpura igual al grana»(26)

Estos autores remontaban más allá de la Roma Imperial el uso heráldico del rojo y amarillo; ciertos datos, a pesar de ser disparatados, confirman el gran aprecio que en los siglos del gótico se sentía hacia ellos:

«Hector en las batallas de Troya traya (sic) un leo colorado en escudo de oro o en campo de oro »(27)

En realidad, conocer el instante en que nació esta heráldica no deja de ser una cuestión anecdótica; y quizá no existan más que motivaciones insustanciales. En una crónica que trataba sobre «el principio de los Cálizes (sic), y vasos, de los velos cortinas y pendones» no aparece nada sobre el origen de las enseñas de la Iglesia, a pesar del epígrafe. Sin embargo, la mayoría de las causas que darían lugar al impresionante ritual de la Iglesia, así como al protocolo, fiestas, etc., tenían un punto de partida curiosísimo. ¿Por ejemplo por qué los Papas adoptaban otro nombre al acceder a esta dignidad? :

«El Papa Sergio se llamava antes que fuese Papa, Osporci boca de puerco, y por ser el nombre deshonesto para tan gran dignidad, se mudó el nombre, y llamóse Sergio, y de allí adelante todos los sumos Pontífices se mudan el nombre quando toman la silla apostólica»(28)

Respecto a las barras rojas cabe que iniciaran su derivación, desde el origen imperial, en la costumbre de bordarlas en los tejidos durante los siglos del paleocristianismo. El hecho de representar a Jesucristo con una franja de mayor anchura indica que no sólo tenía un valor decorativo, sino diferenciador de categorías:

«Los frescos de las catacumbas, los mosaicos, así como las pinturas cristianas en general, ofrecen a cada paso vestidos adornados, según antigua costumbre, de fajas de púrpura(…) es más o menos ancho, según el rango o la dignidad de la persona. Así, Nuestro Señor, ya solo, ya cuando enseña, se distingue con frecuencia por una banda de púrpura mucho más ancha que la de los Apóstoles»(29)

El mismo autor, cuando analiza el «colobium», primer vestido de los diáconos de la Iglesia romana, expone numerosos ejemplos del uso de estas franjas rojas que quizá fueron un antecedente de las utilizadas en sus ropas por los soberanos aragoneses:

«He aquí cómo Abdías de Babilonia (Codex apocryph., ap. Fabri. t. Il, página 671) pinta el vestido del apóstol San Bartolomé: está vestido con un colobium blanco adornado de franjas de púrpura »(30)

Otro elemento típico de la escenografía medieval pontificia, que también mostraba franjas rojas y amarillas, fue el «pallio». Su finalidad sería, en un principio, la de proteger de las inclemencias del tiempo al pontífice, aunque pronto devino en símbolo del poder y su empleo se extendió a los interiores de edificios. El dosel fue motivo de numerosos pleitos y enfrentamientos entre autoridades reales y eclesiásticas, siendo el protocolo tan complejo que en el siglo XVII se dedicaban capítulos enteros a este tema. Generalmente, comenzaban razonando las variantes que habían surgido del modelo clásico y que ya no repetían el cromatismo oro y gules:

 


(25) Vicente del Olmo, J.: op.cit., p. 175.

(26) Mexía, Ferrando: NOBILlARIO Sevilla, 1492. Libro III, cap. XVII.

(27) Ibídem. Libro III, cap. VII.

(28) Sánchez, Doctor Iván: Coronica y Historia general del hombre. En Madrid, 1598, libro 1V, cap.XXXV

(29) Martigny, Abate: Antigüedades Cristianas. Madrid, 1894, p.193.

(30) Ibídem, p. 202. En el siglo XVIII hubo otro estudioso de la heráldica que se percató de las simbólicas bandas rojas :  «…des bandes de cette meme couleur étoint le plus riche ornament qu’un Citoyen de Roma put mettre sur son habit» (Morange, M.Beneton de: Traite des Marques Nationales, París, 1739, pág.69)

 


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