La utilización del águila como símbolo del poder fue una constante desde la cultura sumeria; tanto los griegos, que la asociaban a sus dioses, como los romanos que la llevaban al frente de sus legiones y se identificaba con la grandeza militar del Imperio, hicieron muy apetecible su inclusión en la heráldica del papa y del emperador. Igual sucedió con la columna, de majestuosidad y simbolismo patente en la antigua Micenas; los romanos, con sus columnas triunfales, alcanzaron un equilibrio entre la belleza de las proporciones y la utilidad de una obra de arte que pregonaba las campañas victoriosas de sus soldados. Tanto la columna como el águila quedarían incorporadas a la heráldica del emperador, siendo su uso habitual en las ramas austríaca y española. La tiara o mitra, de origen persa o egipcio, permaneció como arma heráldica más usual del papado. La cuarta arma bordada en el palio corresponde a las barras que, lógicamente, derivarían de la simbología romana del oro y la púrpura. Estos colores eran los del emperador de Roma, y el papa estaba empeñado en la posesión de las «insignias» del antiguo Imperio. El ceremonial romano tuvo, efectivamente, en el oro y púrpura (con su equivalente medieval en los pigmentos amarillos y granates) su expresión majestuosa y de enlace efectista para la figura del Emperador-Dios; utilizándose incluso en honras fúnebres con la siguiente escenografía:
«…lecho de marfil con la imagen, desde el foro al campo Marcio en donde estava ordenado un pulpito de madera, en forma cuadruda, al que se subia por muchas gradas y en cada una de ellas, adornado de oro y purpura»(7)
También los escritores valencianos recordaban el valor del cromatismo «oriflama» en la antigua Roma:
«vexillum…era este velo quadrado, como queda dicho, entretexido de oro, y de purpura, y segun Pancirola, pendiente de una asta, solia llevarse junto al Principe» (8)
Estos colores fueron los que con más asiduidad se emplearon en documentos y orlas en los primeros siglos de la Iglesia (9). Volviendo al año de la coronación de Pedro II, en 1204, nos encontramos con indicios dados por los cronistas que hacen suponer el empleo de la heráldica de la Iglesia, cruces y colores rojo y amarillo, por los reyes de Aragón antes de la fecha mencionada, en sus luchas contra los infieles peninsulares:
«El Rey Don Pedro, en la jornada(…)que fue coronado por mano del Papa, y recibió della, el estandarre de la Iglesia, que Ilaman Confaló, y nuestros Reyes, quedaron hechos Confaloneros de la Iglesia(…)ofreció su Reyno a San Pedro, a exemplo de sus predecesores» (10)
En la cita siguiente, perteneciente al mismo cronista, surge otra vez el nombre de aquel papa empeñado en poseer las antiguas insignias imperiales:
«la gran devoción que tuvieron estos Reyes al Pontífice de Roma (…) el Rey Sancho, se hizo voluntariamente tributario de la Sede Apostólica, en tiempo de Gregorio VII» (11)
Este papa quiso controlar el mayor número de reinos cristianos, incluida nuestra península:
«dice el Pontifice Gregorio, que es de los Papas el directo dominio de todo el Reyno de España, por concesión de los Reyes antiguos que precedieron a la entrada de los moros. Consta esto de una carta del Pontifice Gregorio, escrita a treinta de abril del año 1073» (12)
En el siglo XI, efectivamente, varias naciones cristianas se convierten en feudatarias de la Iglesia; incluso alguna se caracteriza por la vehemencia en defender la ortodoxia gregoriana; por ejemplo, Hungría con su rey Ladislao, que rigió el país desde 1077 hasta 1095. También Roberto Guiscardo el Astuto (muerto en 1085), que por su devoción y lealtad fue investido duque de Apulia y Calabria, era vasallo de la Iglesia. Con el apoyo de esta investidura legitimaba en nombre de la fe sus empresas contra bizantinos cismáticos y musulmanes. Pues bien, Hungría tuvo unas armas heráldicas sorprendentemente parecidas a las aragonesas – cuatro barras rojas y cruz patriarcal -, cruz que también encontramos en monedas aragonesas de Jaime II, Pedro IV y Alfonso V.
(7) Mexia, Pedro: Silva de varia lección. Sevilla, 1669,p.22
(8) Vicente del Olmo, Joseph: Lithologia. Valencia, 1653, p.175.
(9) Manjarrés, J.: Nociones de arqueología cristiana. Barcelona, 1867, p.258
(10) Briz, Juan: Historia de la Fundación y Antigüedades de San Juan de la Peña. Zaragoza, 1620, fol.678.
(11) Ibid., fol.677
(12) Puente, Juan de la: Conveniencia de las dos monarquías. Madrid, 1612, fol. 33
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