Las Provincias 20 de Novembre de 1998
La prensa diaria se ha hecho eco del cruce de cartas entre el presidente de las Cortes de Aragón y el del Parlament de Cataluña.
Como quiera que ha devenido la cuestión pública, y que los razonamientos allí expuestos nos afectan a los valencianos, parece oportuna una reflexión sobre un fenomenal malentendido, interesado, en que se fundamenta el concepto de ciencia de las tesis catalanistas,
Argumenta el honorable Joaquim Xicoy i Basseguda, que la denominación de «Corona catalano-aragonesa se ha generalizado en los últimos decenios entre los historiadores catalanes de mayor solvencia científica». Con eso la considera validada. Una vez más, la manipulación del concepto de ciencia, tan característica de la ideología.
El estudio de los procesos científicos no se fundamentan en la «solvencia» de los estudiosos de que ellos se ocupan, sino en el rigor metodológico que aplican. En el caso de la Historia, la primera etapa del procedimiento es la heurística o estudio y valoración crítica de las fuentes que se manejan, y, naturalmente, tenemos derecho a cuestionarnos, en este caso, si los solventes historiadores catalanes han tenido acceso a sensacionales hallazgos heurísticas ignorados por los demás, inmersos en nuestra inherente penuria intelectual ¿Se ha encontrado el acta fundacional de la, hasta ahora presunta, Confederación catalano-aragonesa? ¿O su libro de sesiones? ¿O disposiciones de ella emanadas en virtud de su entidad político-jurídica? En suma, señoría, ¿en qué se basa metodológicamente ( = científicamente) la concreción histórica de la Corona, o Confederación Catalano-Aragonesa? ¿En esos documentos que, sin duda. existen y cuya publicación está próxima? Porque de otro modo podría pensarse en un caso de tergiversación por parte de tan solventes historiadores, ¿y en esos documentos se titula así la Confederación de la Corona? ¿En ese orden? Quedan en ella excluidas las, hasta hace unos decenios entidades constitutivas de la anticuada Corona de Aragón? Porque a los valencianos nos preocupa saber qué fue de nuestro Reino, y a la vista de las solventes tesis de los últimos decenios, hasta empezamos a cuestionarnos si alguna vez existió.
Mire usted, señoría, lo que pretende pasar por ciencia no es otra cosa que una descarada manipulación de la historia, de inspiración ideológica y de signo jordipujolista. Acierta el Señor Justicia Mayor de Aragón. «tergiversaciones interesadas’.. que se sustentan en el principio de autoridad, o de solvencia, y no en el de la ciencia. Y el principio de autoridad, a diferencia del científico, tiene la desventaja de que si no se reconoce aquélla, carece de validez.
Niega toda intención ofensiva al concepto de «Corona catalano-aragonesa” y, no obstante, esas innovaciones historiográficas sí son ofensivas de tres maneras. Primero, en una dimensión elementalmente ética, como ofende toda desviación interesada de la verdad; después, intelectualmente, por lo que tienen de desprecio de las normas inviolables del procedimiento científico y de infravaloración del criterio del lector no avenido con el principio de autoridad, del que sólo emanan dogmas; por ultimo, como valencianos (o aragoneses, o mallorquines, en su caso) porque en la medida en que egolátricamente se infla la importancia de los condados catalanes en relación con los reinos de la Corona de Aragón, se disminuye a éstos en su irrenunciable personalidad y trascendencia históricas, y no creemos que todo esto sea por accidente.
Y, por otro lado, y desafortunadamente, la solvencia científica de los miembros de su Cámara, en la que usted, comprensiblemente, tanto fía, no está, objetivamente vista, más allá de lo dudoso. Y como no quiero parecer irrazonablemente desconfiado, aclaro que me refiero a hechos científicamente tan mal fundados como el milenario que, por razones obviamente ideológicas, no hace mucho se orquestó. (¿Cuántos miembros de la Cámara se opusieron a tan mal fundada efemérides?) O, un poco más allá, la infamante sesión en que se votó unánimemente presionar al Gobierno central para que éste, a su vez, mediara ante el de Valencia para que no se formulara expresamente la condición de lengua de la que hablamos los valencianos, lo cual, por otra parte, era innecesario, porque así lo consagran nuestra Carta Magna, nuestro Estatuto de Autonomía y la metodología lingüística. Relea su señoría el acta de aquella sesión con un esfuerzo objetivador y trate de encontrar las razones científicas de aquel voto unánime que me abstengo de calificar, y quizá comprenda nuestro escepticismo nada caprichoso.
Y ya que he eludido a la lengua valenciana, ofrece ésta un buen ejemplo de lo que ocurre con el acatamiento de la ciencia «por solvencia», y no por razón. Va para noventa años, un lingüista catalán, solvente, por supuesto, dictaminó que una de las variedades dialectales de su lengua era «el catalán de la Rivera d’Ebre i Valencia» (SIC), y a partir de ahí, por la acción de solvencias sucesivas y colegiadas, se ha establecido un hecho «científico», que, paradójicamente, todavía está por fundamentar metodológicamente ( = científicamente). Porque no, señoría, no: en ciencia la cosa no va por «solvencias», sino por razonamientos. Aunque, bien mirado, ¿por qué habrían de darlos?, los fundamentalismos han sabido siempre que un dogma vale por un millón de razones, y siempre han tenido las autoridades iluminadas, por supuesto solvente, que su buena causa ha requerido.