«Es la fundación de dicha Ciudad (de Barcelona) de 3375 años de antigüedad; aviendo sido fundada 400 años antes que la de Roma»
Estas descabelladas hipótesis cronológicas no restan valor a su testimonio relativo al año 1697. El autor vivió en la última década del siglo XVII, con los ejércitos de Luis XIV acechando al territorio catalán mientras la flota francesa bombardeaba la capital. Acontecimientos que obligaron a las máximas autoridades del Principado a tomar una decisión extrema: la salida de la señera de Santa Eulalia:
«… ofreciendo concurrir con todo efecto en convocar una Leva General de todo el Principado, sacando la Vandera de la Gloriosa Sama Eulalia, y assistir gustosa la Nobleza hasta derramar la última gota de sangre en Servicio de su Magestad» (146)
No existía duda, los catalanes seguían a esta enseña; no a la inexistente de cuatro barras:
«La Vandera de la Gloriosa Virgen, y Martyr Santa Eulalia su Patrona, que en todas ocasiones ha triunfado del Enemigo; esperando seguirán en esta función todos los Pueblos de Cataluña, que siempre han deseado y procurado en demostración» (147)
En todos estos años de lucha por mantener las libertades catalanas nunca encontramos una bandera de cuatro barras presidiendo ningún acto autónomo, ninguna batalla de sus ejércitos, ninguna referencia a su confección o conservación en algún edificio de las instituciones del Principado. Sólo aparecen dos pendones: el de Santa Eulalia y el de San Jorge.
Incluso en grabados de aleluyas, editados en el siglo XIX, referentes a la procesión del Corpus, podemos comprobar qué enseñas eran las exhibidas. Hay que tener presente el tradicionalismo de estas manifestaciones, factor que permite recrear ceremonias idénticas a las de siglos anteriores. En las aleluyas encontramos dos banderas que son destacadas por las máximas autoridades catalanas: la dibujada en la viñeta 7, que pudiera ser la de Santa Eulalia, llevada por «nuestros menestrales»; el otro estandarte aparece en la viñeta 82, con la leyenda «Lleva el pendón principal el Capitán General». Ninguna de las dos contiene las barras.
Donde sí aparecen es en la viñeta 6, pero indudablemente corresponden a un arcaísmo heráldico del Estado de la Iglesia; prueba de el lo son sus portadores, dos monaguillos con sotanas, y las mitras bordadas sobre las barras de las enseñas. El texto también denuncia su connotación eclesiástica:
«Como en otras procesiones
Empiezan los ganfarones» (148)
Recordemos que «ganfarons» era la denominación medieval de las banderas de la Iglesia; aunque posteriormente se extendió a otras enseñas. El manuscrito catalán «Tractats y regles de fer armes», con grafía del siglo XVII, describía la:
«bandera o ganfaró que porta lo Papa ab les matexes Insignies de Arago (…) ganfaró de or quatre país» (149)
Las «barras catalanas» después de 1714
Terminada la Guerra de Sucesión, la creencia sobre la propiedad catalana de las barras se afianza. El error, iniciado en cronicones del siglo XVI que mezclaban leyenda y fantasía, es tomado en cuenta; no se trata, quizá, de un hurto consciente, sino de una actitud extendida en pueblos ávidos de grandeza y prestigio; y con mayor motivo en el caso catalán, después del descalabro militar.
Pese a ello, en pleno siglo XVIII encontramos heraldistas que, mediante rodeos, recuerdan las auténticas armas catalanas. Así, en 1756. Don Antonio de Moya apuntaba en «Rasgo Heroyco» que:
«… blasonaron los Cathalanes su escudo cuartelado, en primero de Plata, la Cruz de San Jorge de Gules; en segundo de Oro. Las Barras sangrientas» (150)
(146) Ibídem, p. 89.
(147) Ibíd., p. 63.
(148) Procesión del Corpus en Barcelona: Imprenta de Llorens, calle de la Palma Sta. Catalina. Archivo Municipal de Barcelona.
(149) Anónimo. Tractats y regles de fer armes. Bib. Nac. de Madrid, Ms. 9342, f. 72.
(150) Moya, Antonio de: Rasgo Heroyco: declaración de las empressas, armas y blasones. Madrid, 1756. p. 49.
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