octubre 18, 2024

Armas heráldicas de Cataluña – pag. 63

Don Martín, quizá pensando en el diario a que iba destinada su colaboración, le puso el título de «Leones y Castillos»: pero, lo que realmente introduce en su escrito es la aseveración de que Cataluña ostenta la heráldica más antigua de Europa; esto es, del mundo. Un catalán siempre actúa como tal. En esta ocasión y con la autoridad que le brinda su condición de Académico, con su excelente prosa y erudición desliza conceptos impropios de un investigador serio y actual:

«Las cuatro barras, son una antiquísima señal de los condes de Barcelona, pues últimamente han aparecido unas franjas rojas y doradas en la primitiva tumba de la catedral de Gerona del conde Ramón Berenguer Cabeza de Estopa, muerto un siglo antes de la unión con el Reino de Aragón » (39)

Imprudentemente, en el mismo artículo, se pilla los dedos al recordar que la heráldica nació en la primera mitad del siglo XII. Es decir, del 1100 al 1150, fechas que todos los heraldistas y vexilólogos comparten:

«El historiador actual sabe que la heráldica «de veras» (entrecomillado en el original), nació en Europa en la primera mitad del siglo XII» (40)

Realmente no se entienden las sutilezas de Riquer, ni cuándo trata de «de veras» o «de broma» a la heráldica. Este crítico y filólogo catalán, a sus setenta años, erró al querer utilizar esta prueba documental: las tumbas visibles (y las ocultas, recordemos las Pirámides) como las Cap de Estopa han sido restauradas, saqueadas y vueltas a remozar en numerosas ocasiones. Ocurre como en el caso de la sepultura de Ramón Berenguer.

La primitiva tumba de Cap de Estopa nunca permaneció ignorada de nadie: muy al contrario, las referencias a ella son constantes en los cronistas. Posiblemente, en el siglo XVII, centuria áurea de
falsificadores y de tenaz pugna de los eruditos catalanes por legitimar históricamente las barras (el escandaloso fraude de Joan Gaspar i Jalpi, es buena muestra de ello), fue cuando se pintaron.

Ya en 1385 anduvieron trasladando los restos de Cap de Estopa de un sitio a otro. Lo recuerda un erudito dieciochesco interesado en la catalanidad del símbolo:

«el memorable Mausoleo, en que descansa el Serenissimo Sr. Conde de Barcelona. Don Ramón Berenguer, llamado el Velloso, y en Catalán idioma, Cap de Estopa, que murió en 6 de diziembre, del año del Señor 1082, colocado a la diestra de el Altar Mayor (…) mandó trasladarse dentro de los ámbitos de aquella, en el lugar que hoy persisten, que señaló el mismo Sr. Rey, en su Real despacho, dado en la Villa de Figueres. en 28 de julio de 1385 » (41)

Este cronista visitó las tumbas, pero nada dice sobre las barras pintadas en su interior: y no podemos acusarle de negligente, ya que observó todo lo que pudiera inclinar la balanza hacia el origen catalán. Incluso llega a afirmar, entre otros disparates, que las claves de las bóvedas del monasterio ostentaban las barras desde el «II de Calendas del año 1038». Ya puesto en materia, nuestro buen catalán del siglo XVIII, retrocede unos cuantos siglos y no duda en ofrecer el año 888 como prueba del uso de las barras por los catalanes:

« y fue su Fundador el Sr. Conde de Barcelona Uvifredo el Segundo (…) en 12 de las Calendas de Mayo de 888. En este Ripolense Monasterio, quedan desde su erección, esculpidas y gravadas las Condales Barras (…) y también el Sello, de que siempre ha usado»(42)

No piense el lector que los argumentos de este religioso fueron fruto de una investigación desapasionada. Son todo lo contrario, ya que constituyen la airada respuesta a otro escritor que dudaba
del origen catalán de las barras:

«… siendo como muy entrañable (sic) la novedad que ideó Don Josep Pellicer de Jovar en su idea Cataluña, página 256, adonde poco noticioso de auténticos monumentos, y escrituras, quiso dar otro ageno origen a las referidas barras; para cuyo desengaño, pongo aquí los siguientes inflexibles monumentos.» (43)

 


(39) Riqucr, Martín: «ABC», artículo «Leones y Castillos»: 1 de marzo 1983, p. 3.

(40) Ibídcm.

(41) Mariano Ribera, Fr. Manuel: Real Patronato de los Serenissimos Reyes de España. Barcelona, 1725, p. 22.

(42) Ibídcm, p. 23.


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