octubre 17, 2024

El pendón de la conquista – pag. 132

«Sobre camp de argent pintá Joan Soler
E torres daurades afitg per sa honor.
En camp colorat: volent que este color
La sanch signifique, que per son valor
Derramá dels moros e del Rey Zaen»(78)

Podemos deducir que la nobleza valenciana -igual que los Soler- tuvo como máximo anhelo el poder demostrar que sus raíces profundizaban en los comienzos del reino cristiano de Valencia, es decir, en la Conquista; y entre todas las historias exhibidas por la nobleza, ninguna podría compararse a la que incluyera una donación del mismo Jaime I ¿Cómo valorar, pues, si el obsequio era el preciado escudo que le salvó la vida en más de una ocasión?. Si realmente hubiera sucedido tal merced, se reflejaría mediante algún símbolo en el blasón de los Pertusa, ya que fue el acontecimiento más destacado del fundador de este linaje valenciano. No obstante, las armas de los Pertusa no reflejaron nada de ello; un vulgar «tringet» -especie de arma ofensiva parecida a un
gancho- y dos peras son los pobres símbolos del blasón ¿Cómo se puede comprender que, en los años de formación de nuestra heráldica, no se incluyera la referencia a la extraordinaria donación del Conquistador? Sencillamente, por ser posterior la creación de la leyenda.

Una donación de esta categoría hubiera sido reflejada en crónicas y documentos. Cuando Jaime I tiene necesidad de seiscientos cahices de trigo, pero no tiene dinero ni otra cosa que dar a empeño, recurre a su escudo. Lo entrega a un tal Tomás de San Clemente, junto a su palabra real de recuperarlo cuando pueda pagar la mercancía, que seguramente fue usada en la conquista de Murcia. La cautela sobre devolución del escudo real está fechada a 29 de mayo de 1266; es decir, todo quedaba consignado:

«Recognoscimus et confitemur habuisse el recuperasse a uobis Thomasio de sancto clemente scutum nostrum»(79)

El documento refleja el gran aprecio que los guerreros de los siglos XII y XIII tenían hacia su escudo, espada y caballo; sólo superado por el amor a la dama. Concretando: el noble Joan de Pertusa no estaba entre los caballeros mencionados en el «Llibre del Rcpartiment», y que acompañaron a Jaime I en la conquista de Valencia. La documentación más antigua que se conoce es una copia de escritura, realizada más de dos siglos después de la donación; pero, y aquí está posiblemente la clave, registrada en el año 1703. Por tanto, enlaza con una época caracterizada por innumerables pleitos planteados por nobles deseosos de demostrar pureza de sangre y reafirmar hechos dignos o heroicos realizados por sus ascendentes; aunque cualquier genealogista conoce que era práctica habitual mentir y alegar argumentos favorables para gloria del linaje; los manuales de historia advierten de ello:

«Heráldica y genealogía: Ciencia muy cultivada en todas las naciones por las familias nobles, pero que se prestó en la España del siglo XVII a infinitas supercherías y falsificaciones»(80)

En el estudio del escudo, los historiadores se han pasado la patata caliente de unos a otros; Teixidor, prudentemente, zanjaba el engorro afirmando que continuaría la investigación sobre él y «mientras tanto, copio la trova del noble Mossen Jayme Febrer, cuyo autoridad es de mayor peso que cuanto dijeron los autores citados». Estos «autores» eran Beuter y Escolano. por tanto, al cambiar éstos por Febrer no hizo sino caer en otro más polémico.

Don Roque Chabás, a fines del siglo pasado, ante la evidente falsedad del escudo, nos dejó la teoría de la desaparición del antiguo en el incendio ocasionado «per una colometa artificial que anava de l’orgue al presbiteri» en el año 1469.

Otra opinión sobre el escudo, que no es posible obviar, es la de Don Francisco Almela y Vives, uno de los más destacados conocedores del pasado valenciano. En un opúsculo sobre la catedral de Valencia, publicado en 1927, decía:

«…entre las cosas destacadas del presbiterio existió un reloj de Londres, colgado en 1687; media docena de bancos (1660) lapizados que son propiedad del Ayuntamiento; una araña compuesta de 82284 piezas, que al resultar pequeña para la Basílica del Vaticano, a la cual era destinada, la adquirió el arzobispo Joan de Rocaberti»


(78) Febrer, J.: op. cit. p.255
(79) Archivo Corona de Aragón: Reg. 14, f.133, v.
(80) Llorca – García Villoslada: Historia de la Iglesia. Salamanca, 1976. Tomo 2, p.II


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