diciembre 3, 2024

El pendón de la conquista – pag. 131

No sería justo atribuir al pueblo valenciano un papanatismo singular hacia todo tipo de supercherías seudoarcaicas; la moda y negocio de las falsas reliquias afectaba a toda europa. Los estudiosos de la arquitectura gótica saben muy bien que la financiación de algunas de las grandes iglesias medievales surgieron de aportaciones generadas por el culto a dudosos restos de santos. En Francia se llegó al enfrentamiento físico entre portadores itinerantes de reliquias que se disputaban la exhibición en la misma ciudad, y en Italia alcanzaron cotas de surrealismo que los valencianos nunca igualamos, por ejemplo: en 1557 es ofrecida a Madalena Strozzi una cajita de cuero con reliquias muy diversas: una «parte de la carne de San Valentín, del tamaño de una nuez, tan fresca como si entonces se la cortaran»; «una parte de la quixada de santa Marta hermana de la Madalena»; pero la sorpresa vino en el tercer envoltorio «dentro de un saquillo de tela de seda, y tenía encima escrito Jesús». La dama Strozzi al quitar el hilo sintió que se quemaba, repitió la operación infructuosamente hasta que otra noble, Lucrecia Ursina, «como quien adivino dixo ¿no sea que esté aquí el prepucio de Jesucristo?»(70). En fin, tuvieron que recurrir a una niña para abrir el saquito «y puso en fuente de plata el sacrosanto Prepucio de Christo, el cual estava hecho una pellita del tamaño de un garbanzo crespo, y colorado»(71). Esta reliquia, que producía un «olor suave y celestial», todavía se venera en Italia. Evidentemente, nuestros antepasados no llegaron a tanto.

Respecto al escudo, y ya lindando el siglo XX, Roque Chabás era muy escéptico sobre su autenticidad; a pesar de haber descubierto la copia de la escritura depositada en la catedral:

«La inspección del escudo que está actualmente colgado, aunque acusa construcción antigua, hace ver que no ha sido hecho para la lucha, ni siquiera para llevarle al brazo. El Rey daba un valor extraordinario a su escudo, y no es de creer que lo diera a su escudero o caballerizo»(72)

El misterio se va aclarando. Si el armero o carpintero fabricante del escudo no realizó el mismo para función defensiva, ni para «llevarle al brazo» ¿para qué fin se hizo? Obviamente, para servir de exhibición y vanagloria de los Pertusa. Pero D. Roque Chabás, ante la falsedad de la reliquia, y después de muchas horas examinando y analizando el archivo de la catedral valenciana —realizó un fichero con cincuenta mil fichas (73)— intentó ofrecer una versión benévola del fraude:

«Finalmente, sobre el escudo se nos ocurre que bien pudo ponerse el auténtico, quemarse éste con el altar primitivo de plata en 1469 y hacerse después el actual para colocar el trofeo»(74)

Da a entender que el auténtico trofeo sería el freno, cadena y bocado del caballo; curiosamente, objetos que llevan grabada la corona sobre las barras, según costumbre posterior al año 1377.

Hay otra pieza que no encaja en el rompecabezas, y es referente a los blasones del linaje en cuestión. Sobre el significado y formación de las armerías personales, como es el caso del «caballeriz» Juan Pertusa, hay que tener en cuenta lo que nos dice D. José Martinena, un especialista en la materia:

«Son las que pertenecen, en principio, a un personaje o caballero determinado, como propias y privativas de él. Obedecían a méritos o servicios señalados, en la guerra o en la paz»(75)

Ejemplo de ello, entre miles, serían las armas heráldicas adoptadas por los nobles de Vicuña, que «tiene dos medias lunas crecientes, asidas de un pedazo de cadena de la batalla de las Nabas (sic) de Tolosa, de color oro, en campo azul»(76).

Conviene recordar (para valorar posteriormente las armas de los Pertusa) que la heráldica fue estructurándose mediante normas referentes a colores y símbolos a principios del XIV, aunque ya tenía más de un siglo de existencia. Hacia 1300 van apareciendo los primeros «reyes de armas» en los reinos hispánicos, así como los «armoriales» con descripciones de las armas (77). En nuestro Reino de Valencia todo indica que sería en la segunda mitad del siglo XIII cuando se formaron o modificaron las heráldicas de los caballeros -futuros nobles- que acompañaron a Jaime I en la conquista de Valencia y Murcia. En los incipientes blasones quedaba reflejado el acto más heroico o las virtudes demostradas en campaña. Las «Trovas», aunque apócrifas, reflejaban el origen glorioso del linaje; cuando el antepasado mereció incluir en el blasón el testimonio simbólico de algún acontecimiento memorable que enalteciera a sus descendientes. Era el citado caso de los navarros Vicuña o de los valencianos Soler:


(70) Sandoval, Fray Prudencio: Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V. Pamplona, 1634. Libro XVI, folio 470 v.
(71) Ibidem.
(72) Chabás, Roque: Aclaraciones y correcciones a la obra de Teixidor.  p.481
(73) Almela y Vives, F.: La Catedral de Valencia, p.82.
(75) Libro de Armería del Reino de Navarra: estudio y notas de D. José Martinena. Pamplona, 1982, p.103.
(76) Ibídem. op.105
(77) Ibídem. p.25


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