octubre 19, 2024

TRATADO DE LA REAL SEÑERA – pag 33

Así pues, la franja roja sobre la túnica de lino equivaldría a «la passione di Cristo Signor nostro», en palabras del abad Vecchia. En otras ocasiones, la figura de Cristo aparece con ornamentos del gran sacerdote Aarón (48), siguiendo el relato del Exodo. Los colores recomendados por Yahveh para las vestiduras de los sacerdotes son: oro (amarillo), carmesí (rojo), púrpura violeta y escarlata; para el Santuario ordena el empleo de pieles de carnero teñidas de rojo. Respecto al púrpura, queda la duda sobre la posibilidad de los hebreos para obtenerlo en su perfección, ya que difícilmente podrían conseguir el múrex en tiempos de Aarón; incluso con el trueque.

En consecuencia, el César del estado de la Iglesia, como sucesor y representante del «Rey de Reyes», se sintió con autoridad para seguir usando las «señales» de imperios precedentes. Las franjas rojas, incorporadas en la vestimenta del portaestandarte de la Iglesia y en el «conopeum», no sería una simple derivación de la banda encarnada de Rahab; mas bien sería producto de un eclecticismo simbó1ico en que las connotaciones paganas, igual que sucediera con múltiples tradiciones mistéricas, fueron «cristianizadas».

Incluso si concediéramos una pureza de tradición entre los textos sagrados y la simbología de la Iglesia, no podríamos soslayar que toda la parafernalia hebrea fue -salvo contadas excepciones- consecuencia del mimetismo hacia culturas superiores con las que tuvieron que convivir. La diferencia cultural entre los nómadas hebreos y los sofisticados sumerios o egipcios era abismal. La mitra o tiara, por citar un ejemplo, adoptada como un símbolo del Papado por tradición con el tocado del gran sacerdote Aarón, era un arcaísmo egipcio; la Iglesia simplemente la modificó, tardíamente, con la adición de tres coronas. En los tratados sobre «Hieroglyphica», escritos en el Renacimiento, ya se denunciaba esta servidumbre icónica de la Iglesia hacia el mundo pagano. (49)

Por otra parte, el color rojo era especialmente preferido por su asociación a la sangre (en el paganismo, a la derramada en batallas; en la Iglesia, al sacrificio de Cristo) y al dios Marte, por lo que era habitual en los estandartes:

«Apud Romanos peculiere illi rei vexillum purpureum» (50)

No sólo eran las banderas; también los victoriosos y sus dioses eran cubiertos con pigmentos rojizos:

«De los Romanos antiguos es cierto que el bermellón fue tenido por una cosa sagrada, y por esta causa era costumbre afeytar (en castellano del siglo XVI equivalía a maquillar o pintar) la cara de Júpiter con bermellón los días de fiesta, y aún los cuerpos de los que triunfavan, y assí dice Plinio, que untado triunfó Camilo»(51)

La adopción del «conopeum» de barras rojas y amarillas como insignia de la Iglesia fue un hecho en tiempos del papa Silvestre I (siglo IV). No obstante, ya fue usado siglos antes por los grandes conquistadores.

Los feroces reyes asirios, como Assurbanipal, eran reconocidos a distancia por el palio que les acompañaba; el utensilio, de indudable eficacia en zonas tórridas, fue adquiriendo connotaciones de poder y autoridad, como muestra su presencia en interiores donde no existía temor a la lluvia o al sol. Así vemos a Salmanasar III recibiendo el homenaje del rey Jehú de Samaria (obelisco del palacio de Kalakh, hoy en el British Museum). La simbología del palio o umbella de Assurbanipal no lleva franjas, como es lógico, sino la clásica roseta asiria, motivo también incluido en las mitras de sus sacerdotes, reyes y hasta en los tocados de los populares toros alados de Khorsabad. No obstante, si tenemos en cuenta un valioso «Vocabularium ecclesiasticum» del siglo XVI, el origen de la «umbella» sería egipcio y no asirio:

«Conopeum, otros escriven canopeo con a y no con o en la primera sillaba (sic), y dirivanlo de canopus, ciudad o gruessa villa de Egypto, donde se halló primero» (52)


(48) Platina, Baptista: Hystoria de Vilis Pontificum. Ano 1504, grabado de la portada.

(49) Goropi, Loannis: Hieroglyphica. Antuerpiae, Ex Officina Christophori Plantini; M.D. LXXX, p. 185

(50) Vegeti, Renati: De re militari. Raphelengis, M.D. CVII, p. 161

(51) Sánchez Valdés de Plata, Doctor Iván: Coronica y Historia General del Hombre. En Madrid, Año M.D. XCVIII, foL 169 r.

(52) Ferdinando de Sancta Ella, Rhoderico: Vocabularium Ecclesiasticum. Compluti, apud Joannem Brocariu, anno M.D. XXXX (sin foliar)


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