diciembre 3, 2024

HERÁLDICA Y LUCHA POR EL PODER

En el año 1074 es proclamado papa Gregorio VII, siendo su pontificado una constante pugna por implantar la idea de predominio universal. Su teoría (Dictatus Papae de 1075), se podría condensar en estos puntos:

a)      Sólo el Papa tiene facultad para deponer a los Emperadores.

b)      Sólo el Pontífice romano es, con justicia, llamado universal.

c)      Sólo al Papa corresponde el uso de las insignias imperiales.

d)      El Papa puede dispensar de la obligación de fidelidad a los súbditos de príncipes injustos. (4)  

Los apartados a, b, y d no producen la extrañeza del c. Pero, tengamos en cuenta que estas directrices no sólo caracterizaron el papado de Gregorio VII; de hecho, durante los siglos XI al XV, los pontífices no desistieron en su intento de abarcar el mayor poderío, incluido el político. Otras dos potencias le disputaban al papa el dominio: el Imperio de Oriente y los emperadores germánicos. Los bizantinos tenían su propio enemigo en turcos y árabes, y el definitivo cisma religioso acentuó más la orientalización del mundo griego medieval. El verdadero rival era el emperador alemán que, cada cierto tiempo, recorría la península italiana y ocasionaba más de un disgusto al ocupante de la Cátedra de San Pedro.

Esta rivalidad por someter ciudades y territorios al vasallaje papal o imperial se reflejó en la heráldica. En mayor o menor grado, los gobernantes – incluido el emperador – tuvieron bien claro que si al derecho logrado por herencia o fuerza de las armas, se sumaba el beneplácito celestial, aumentaría la sumisión de los gobernados; ésta fue una de las motivaciones para incorporar cruces e imágenes religiosas en banderas y adargas. También la fe, que en los siglos del románico inundaba las mentes europeas, tuvo su influencia en la elección de santos protectores como San Jorge, en quien se unían las cualidades de guerrero y mártir.

Pero, regresando al tema ¿a qué «insignias imperiales» se refería Gregorio VII? Concretamente a las que perduraron como reliquias del poder de antiguos imperios, y en especial del romano. No era nada anormal; prácticamente, la totalidad del contenido iconológico de la Iglesia romana asentaba sus raíces en el mundo pagano antiguo: los ángeles, en las victorias aladas romanas; los diablos, en los seres maléficos mesopotámicos como Pazuzu, el mortífero viento abrasador del desierto.

En una pintura de Mateo di Giovanni (5) podemos analizar cuáles eran algunas de las «insignias» en litigio entre Papado e Imperio. El tema del fresco es la entrada en Roma de Gregorio XI; el Papa había regresado definitivamente a la sede romana desde Aviñón, accediendo a las reiteradas instancias de Santa Catalina de Siena. La fecha de entrada fue el 18 de enero de 1377 aunque, previamente, había «tomado a sueldo a una compañía de bretones para encerrar entre murallas a las tropas de los tiranos de Italia» (6). El desfile es suntuoso y el pontífice, sobre un caballo blanco, imparte la bendición al pueblo romano. La pintura también muestra a unos religiosos portando el palio en que están bordadas las armas heráldicas de la Iglesia: el águila, la columna coronada, la mitra o tiara y las barras rojas y amarillas.

 

(4) Vecchia, Pietro; DELLA CHIESA MILITANTE E TRIONFANTE. Roma, 1683, p.123.

(5) Montanelli, L: La Italia del año mil. Barcelona 1968, p.177.

(6) Parrilla, M.: Soberanía temporal de los Papas. Ciudad Real, 1885, p.384.


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